En moda no todo es glamour y pasarelas, también hay sufrimiento, explotación y un lado muy oscuro que reveló esta campaña.
La moda es una industria sumamente criticada en la era actual debido a diversas razones. Una de las principales, es la tortura animal intrínseca a la obtención de pieles para algunas prendas, especialmente abrigos. Tal práctica es reprobada enérgicamente por el veganismo y grupos animalistas que suelen confluir en muchos de sus argumentos.
Mientras que por su parte el feminismo, influenciado por ideas posmodernistas, señala que los parámetros de estética que se plantean en las pasarelas y revistas, representan un estándar de belleza creado exclusivamente por los hombres, mismo que cosifica y sexualiza el cuerpo de las personas de género femenino, constituyendo así una forma de violencia en su contra.
En contraflujo a dichos dogmáticos moldes de belleza, surgieron representaciones transgresoras de los cuerpos que celebraron sus supuestas imperfecciones tanto en mujeres como en hombres, esto se extendió en el cine, la publicidad, la pintura, y todo el arte en general.
Contrario al glamour que se asocia en el imaginario colectivo con el mundo de la moda, la grisácea realidad es que se trata de un mundo cimentado en violencia de todo tipo, violencia animal, violencia de género (con su subsecuente violencia salarial), y violencia laboral, especialmente en países de oriente donde la producción de prendas suele implicar también una suerte de red de explotación infantil.
Los fabricantes de textiles, con el fin de reducir los costos de producción de sus ostentosas prendas, aprovechan la mano de obra barata que encuentran en países de oriente, como Taiwán, Vietnam y Tailandia, sin un dejo de remordimiento por el abuso laboral que ello representa para sus trabajadores.
Se trata de una situación indignante que ha sido objeto de polémica a nivel internacional; las precarias condiciones en las que trabajan los asiáticos, en muchas ocasiones menores de edad y/o mujeres, se convirtieron en el punto central en torno al cual se desarrolló una nueva campaña de la Asociación Internacional de Derechos Humanos (IGfM), lanzada de la mano del fotógrafo y artista de CGI, Tom Grammerstorf, originario de Hamburgo.

La idea de esta campaña, es denunciar las heridas que deja la producción masiva de textiles en quienes se encargan de su producción masiva. Lo que hace destacablemente creativa a esta campaña, es que las heridas que presentan las personas fotografiadas, están hechas con tela, para ser enfáticos en el hecho de que la moda es la responsable de un trato violento contra quienes la sustentan. Esto le da visibilidad a un problema muchas veces ignorado por los consumidores de prendas de marcas lujosas.

Los autores intelectuales de esta ingeniosa, si bien cruda campaña publicitaria, debido a las imágenes con las que articula su discurso crítico, son el copywriter Kolja Danquah y el director de arte Enrico Hoppe.
